lunes, 4 de mayo de 2009

Los mercaderes se han apoderado nuevamente de los templos

Es la segunda experiencia penosa en poco tiempo y ha sucedido muy cerca de nosotros, en Toledo.
Te cobran por entrar a una catedral. Ni siquiera preguntan si eres un simple turista o vas a orar. Simplemente, te piden dinero. Si no hay dinero, no entras.
El precio por visitar la casa toledana de Dios es de 7 euros. Más de mil de las antiguas pesetas.
Había conocido un hecho similar en Burgos. Si no se pagaba, sólo estaba disponible una pequeña capilla, casi escondida. En Toledo también mandan a rezar por una puerta falsa. El resto del templo era y es para quien tenga “pasta”.
Se siente vergüenza cuando se topa con ese mercantilismo en lugares como esos. Y pena, mucha pena.
Sobre todo, porque a la Iglesia Católica, el Estado -es decir todos nosotros, de nuestros impuestos-, ya le paga suficientes entradas para que permitan a las personas entrar gratis en una casa que pretenden que es la de Dios. Una casa construida con el óbolo y el sudor de muchos humildes trabajadores de todos los tiempos.
La impresión que se tiene es que los mercaderes se han apoderado de nuevo de los templos. Y así es como nos preguntamos: ¿pero cómo no va a haber una crisis en los espíritus hacia quienes pretenden cobrar por entrar a la que ellos llaman Casa del Padre?
Cuando la religión se convierte en negocio o en camino de poder, lo normal es que las personas sencillas se alejen de los ministros del culto. Sólo el fanatismo es capaz de cegar a la gente ante este tipo de hechos.
Ese alejamiento es lo que están logrando con nula sensibilidad social y espiritual esos prelados que claman contra el condón y luego toleran la pederastia como si tal cosa. O los que cobran entradas a las catedrales. O los que viven en la opulencia mientras predican la pobreza para los demás.
Como decía alguien muy querido, no es preciso entrar a una catedral para hablar con Dios. Y menos pagando. Se habla muy a gusto debajo de una higuera, al borde de un arroyo, en un recodo del camino o en cualquier otro lugar donde uno esté tranquilo y sea capaz de rebuscar en su interior.
En el fondo, la verdadera oración es un diálogo con uno mismo. Una especie de repaso a lo que se ha hecho de malo o de bueno. Y también un análisis de lo que podría hacer. Nadie precisa de intermediarios para entenderse con su Dios. Ni para lograr su misericordia.
Esos eclesiásticos peseteros debieran comprender que de nada vale darse golpes de pecho si ello no conduce a algo mejor, a un comportamiento digno. Y desde luego, no se compran perdones o salvaciones del alma pagando un ticket para que el arzobispo de turno costee su lujo.
Hay muchos curas humildes viviendo cada día la religión por aquí y por allá. Son gente muy buena, incluso admirable. Se privan de lo más indispensable para ayudar a los que lo necesitan. Comparten con el menesteroso sus alegrías y sus penurias. Y no cobran por entrar a la iglesia.
Pero también hay muchos jerarcas eclesiásticos que hacen indigesto su mensaje, porque se ve con total nitidez que sólo desean poder, dinero, oropel…
Son como aquellos mercaderes que en connivencia con el poder religioso de los tiempos del Cristo, habían instalado en el Templo de Jerusalén su comercio. Pero juegan con la ventaja de que no llegará uno como el hombre que murió en la cruz a echarles a la calle.
Hay un nuevo arzobispo en Toledo y ésta debería ser una ocasión de oro para corregir ese error grave. El de cobrar para entrar al templo. Ya está bien con pagar entrada para visitar los tesoros que acumulan. Pero al templo no se debe entrar pagando. Para eso es mejor alejarse de él hacia la higuera de la que hablábamos.
Quizá si ese nuevo prelado buscase en su corazón –y no en el bolsillo ajeno- diese ejemplo y lo siguiesen otros, como el de Burgos, renunciando a un pecado que no es otro que la codicia. Un mal extendido que está llevando al mundo en estos días a una durísima situación.
Lo contrario, mantener esa actitud mercantil, sólo conduce a que el hombre se aleje de su mensaje. Y también a que cada día sean menos los jóvenes que optan por el sacerdocio como modo de ayudar a los hombres. Es normal que sientan vergüenza de ser asociados a quienes reclaman dinero para entrar a una catedral.
Desde luego, el que suscribe no entrará nunca más en una catedral en la que exijan el pago de una entrada ¡Ni que fueran los toros o el fútbol!

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